La esclava instruida obtuvo el XIV Premio La sonrisa vertical el 3 de febrero de 1992. El jurado estuvo formado por Luis G. Berlanga, director de esta colección, Juan García Hortelano, Charo López, Ricardo Muñoz Suay, Almudena Grandes, Juan Marsé y Beatriz de Moura, en representación de la editorial.
José María Alvarez es un poeta que, en cierto modo, justifica sus tardíos escarceos en la narrativa erótica con una brillante declaración de principios que el lector encontrará en la primera página de La esclava instruida: “A estas alturas de la historia y de nuestra memoria calcinada”, comenta el narrador, “sólo merece ya la pena joder y escuchar ópera”. Esta podría ser también la mejor definición de la novela.
Un hombre ya maduro, refinado, ocioso e ilustrado, descubre un día repentinamente que la adolescente que se baña en la piscina de su casa, por ser hija de amigos íntimos de él y de su mujer, ha dejado de ser una niña para convertirse en imponderable objeto de deseo. Así da comienzo un relación erótica que, por tener que ser oculta, irá enriqueciéndose durante cuatro años entre las paredes de la más absoluta clandestinidad. El hombre maduro, en esta prolongada y saboreada posesión del cuerpo de la provocativa y precoz jovencita, va transmitiéndole, a la par que el conocimiento de su propia sexualidad, el placer que extrae de sus lecturas, de sus largos y exóticos viajes, del recuerdo de otras mujeres y de su incodicional afición a la ópera. Así, entre la impúdica violencia de su mutua y sostenida atracción sexual y los gozosos placeres del espíritu, consigue esta insólita pareja, a la sombra del más excitante de los secretos, sostener siempre viva la llama de su trepidante complicidad. Y con ella la del lector, quien, al igual que estos envidiables amantes, gozará también por partida doble: como indiscreto voyeur de los imaginativos juegos eróticos que, en realidad, le están destinados, y como degustador de buenas lecturas.